En nuestra sociedad podemos observar diferentes comprensiones y realidades en torno al sentido del trabajo. Existen grupos que lo sitúan estrictamente como una actividad económica, una categoría productiva o un medio para conseguir sustento. Habitualmente se usa el término mercado del trabajo, como si habláramos de bienes o cifras, sin reconocer a las personas detrás de él.
También hay experiencias que lo valoran desde los vínculos, reconocimiento, estabilidad, oportunidades y satisfacción personal que les produce, sobre todo en comparación con otras labores. Por otra parte, es importante reconocer que aún existen realidades precarias. Asimismo, hay actividades que se mantienen invisibilizadas, como las labores de cuidado, siendo un trabajo esencial para el desarrollo de toda la sociedad.
¿Entonces, cuál es el sentido del trabajo?, independiente de las distintas perspectivas, se podría coincidir en una afirmación. El trabajo es una actividad relevante, cuya incidencia impacta a toda la sociedad, más allá de lo individual.
El mismo Papa Francisco, recientemente fallecido, intenta responder a esta interrogante. En sus propias palabras dedicadas al mundo laboral, señala que el trabajo también es una oportunidad para expresar la creatividad de las personas, son ellas quienes le entregan un sello distintivo al quehacer. Adicionalmente, predicó la importancia de pensar el trabajo más allá de una dimensión económica, pudiendo ser un lugar para expresarse y reconocerse útil a la sociedad[1].
En la misma línea, el Pensamiento Social de la Iglesia indica que el trabajo posee ciertas distinciones fundamentales. La Encíclica Laborem Exercens, marcando una comprensión ética, afirma que el trabajo está en función de las personas, y no la persona en función de su trabajo[2]. Por lo tanto, es una actividad con sentido humano. A partir de ello, la iglesia aporta un elemento clave: la importancia del trabajo radica en los sujetos y su dignidad.
Asimilando esta reflexión surge un gran desafío, promover la dimensión trascendente que tiene un trabajo, independiente de la labor que se realice. A través de este, se puede incidir a nivel individual, hacer el bien a la sociedad y aportar con la humanización de diversas actividades. El trabajo se distancia de ser solo un intercambio de bienes o servicios.
Todas y todos, desde los distintos lugares en que nos desempeñamos, podemos colaborar con la transformación de dicha comprensión. Incluso desde la cotidianeidad, con relaciones de buen trato, solidarias y de trabajo colaborativo, buscando la fraternidad y la justicia. En cierta medida, el trabajo permite desplegar los anhelos más profundos que una persona puede tener. También representa el espíritu de una institución y reproduce relaciones acordes a la sociedad que soñamos.
Transitando por una época dinámica, que se regenera día a día, es una responsabilidad social entender el trabajo de forma amplia, con perspectiva de desarrollo humano integral. Toda actividad laboral debe estar centrada en las personas y buscar la humanidad, siendo una acción permanente de bien común.
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[1] Francisco. Audiencia general del 12 de enero 2022.
[2] Juan Pablo II. Laborem Exercens N°6.