Durante años, el trabajo en bibliotecas ha estado envuelto en estereotipos. Se le ha reducido a funciones como “prestar libros”, mantener el silencio o simplemente custodiar estanterías. Esta visión limitada y obsoleta ignora la complejidad, la formación y el impacto real que implica esta labor en el acceso a la información, la formación ciudadana y la cohesión social. A menudo se desconoce que detrás de cada servicio bibliotecario hay personas altamente capacitadas, que desempeñan un rol clave en el desarrollo de comunidades más informadas, participativas y conectadas.
Una muestra clara del verdadero alcance de este trabajo es el proyecto SolarSPELL, una biblioteca digital portátil alimentada por energía solar, desarrollada por la Universidad Estatal de Arizona en EEUU. Esta iniciativa, busca llevar contenidos educativos, sanitarios, agrícolas y culturales a comunidades sin acceso a internet ni electricidad, en múltiples zonas rurales y remotas. Y lo hace gracias a un equipo interdisciplinario donde participan técnicos, profesionales y estudiantes del ámbito bibliotecario, en articulación con educadores, desarrolladores y actores locales.
Iniciativas como la anterior, no solo transforman territorios: también revelan una verdad que ha sido históricamente subestimada. Quienes trabajan en bibliotecas cumplen funciones que van mucho más allá del imaginario tradicional. Gestionan colecciones físicas y digitales, alfabetizan a las comunidades en el uso crítico de la información, promueven el acceso abierto, colaboran en procesos de digitalización, impulsan y fomentan la lectura desde un enfoque inclusivo y salvaguardan la memoria social como patrimonio de todos.
Así lo demuestra SolarSPELL, y también cada biblioteca que se mantiene viva gracias al compromiso diario de quienes sostienen su funcionamiento. Ya sea en un colegio, un archivo o un centro de documentación, hay personas que, de forma silenciosa y persistente, garantizan el acceso al conocimiento como un derecho y no como un privilegio.
Si aspiramos realmente a un país más justo, informado y conectado, necesitamos dejar de ver a las bibliotecas como espacios del pasado. Debemos fortalecerlas como infraestructuras de futuro, y reconocer a quienes las sostienen como actores estratégicos del desarrollo cultural, educativo y social.